martes, 6 de mayo de 2008

Carta a una amiga

9 de Septiembre de 2007

Claudia:


Ya se que me vas a regañar, pero lo tenia que hacer; ya se que odias mi letra pero te tenia que escribir, hace más de dos años que no se mucho de ti, mi cumpleaños fue ayer y no me llamaste para felicitarme; yo se que estas muy ocupada por tu trabajo, pero pues quería que supieras como esta mi vida.

Como te dije unas líneas arriba y lo recordaras, mi cumpleaños fue ayer (ya espero con ansias el regalo que envías cada año por paquetería). Sabes, este cumpleaños fue especial, recibí varios regalos y hubo uno que sorprendió, aparte todos mis amigos festejamos desde temprano, nos la pasamos súper, mi mamá me hizo ese pollo que tanto me gusta ¡te acuerdas?... estaba delicioso; pero deja que te cuente lo que me regalo mi hermano, sí... ya te has de imaginar, una de esas cosas raras que no sirven para nada, pero como dices tú: ¡la intención es lo que cuenta!. Y hablando de regalos, mi prima, ¿te acuerdas de ella?, esa chica que jugaba con nosotros cuando éramos pequeños; ya te acordaste... bueno pues me regalo un libro, y la verdad no se si leerlo, porque con lo que paso ayer tengo un poco de miedo, ¡sí, miedo!, porque el dichoso libro trata de muerte y todo eso, tú sabes lo miedoso que soy...

Y porque te conozco perfectamente, se que te estarás preguntando ¿qué te regalo tú papá? Bueno, pues ya sabes la mala situación que existe entre nosotros dos, pero eso por ahora no importa, y la verdad no me regalo nada, sólo aquel tierno abrazo en la mañana y después ya no lo vi en todo el día, algo supe de él en la noche que me sorprendería...

Bueno comienzo a despedirme, ya se que no te gusta mi letra, pero la trate de hacer lo mejor posible, ah... y no sabes cuanto desearía que estuvieras conmigo a mi lado, porque sin ti aquí el mundo a cambiado...

PD. Comí mucho pastel, era de chocolate, mi preferido.

PD. Mi padre murió ayer en un accidente de auto cuando iba a comprar mi regalo de cumpleaños.

PD. El funeral será mañana... te espero.


Te ama y te extraña...

Cuatro, son las cuatro…

Cuatro de la mañana, sólo la pequeña luz roja del reloj se logra distinguir en medio de toda esta penumbra; de repente un estruendo se escucha a lo lejos; ya son siete años los que lleva la guerra; mi madre como siempre nos pide que no prendamos ninguna luz, que porque nos pueden bombardear.
Algo ha estremecido la casa, mi hermano esta agitado; creo que fue otra bomba; me parece que mi hermano sí quedo traumado por aquel día, lo bueno es que yo ya lo supere; a tal grado que ya tengo todo calculado; mi pantalón esta al lado derecho de la cama; siempre trato de subirlo con mucho cuidado, una de las heridas aún esta a flor de piel. Arremango una de las piernas por que no me gusta que me quede colgando como un pedazo de tela inservible; tomo mi muleta y camino con cuidado para no tropezar con la otra cama donde mi hermano trata de dormir; creo que estoy a punto de llegar donde esta mi camisa, en la pared, colgada, planchada y bien almidonada. Con mucho cuidado la abrocho, aun duele el brazo.
Vamos, vamos... como siempre mi madre deprisa, pero al parecer todavía hay tiempo, son las cuatro veinte y aún puedo alcanzar el autobús que me lleva al hospital.
Vamos, vamos... ten toma tu zapato...
Como siempre mi madre ayudándome a abrochar la única cinta de mi único zapato.

Puta

“Hoy me levante; en el espejo me vi, no se si fue mi reflejo pero creo que en puta me convertí...”

Desde niña me criaste con los cuidados dulces que una madre podría tener con su hija, todas esas tardes de invierno que pase en tus brazos frente a la pequeña chimenea de la casa de los abuelos, jamás lo podré olvidar, fueron lo último bueno que hiciste por mi, fueron lo último que harías como madre, por que después te convertirías en mi dueña; enseñándome las necedades de la vida, enseñándome a ganarme como tú dirías el pan de cada día. Esas tardes de invierno entre tus brazos se convirtieron en tardes de desgracia, tardes en las cuales me educabas para amar a todos por igual, a ser una puta sin parar.
Puta es lo que fuiste y en eso también me convertiste; no te importó mi inocencia y se la entregaste al mejor postor, no te importo mi llanto de dolor, jamás te he importado yo; y mira las ironías de la vida, me hacías sufrir en vida, y después de tu muerte tu recuerdo me mata lentamente. Puta me educaste, puta que hoy llora y se rompe en pedazos, como aquel jarrón de flores amarillas que rompí de niña; puta que huele a cama, puta que no ama, puta que solo ríe de ves en cuando, puta que no tiene nada, puta que sólo sabe ser una cosa... puta.

Y el columpio...


(Historia de una huida)
El viento penetraba mi pelo suave y lento; sobre mi columpio el hombre que más amaba me columpiaba, era el día de mi cumpleaños, once veranos habían pasado y mi padre su peor regalo me había dado. Poco a poco del columpio me bajaba, hasta quedar sobre sus brazos, y sus espigas enterrara, el grito doloroso lleno el viento de amargura; sus espigas se enterraban cual cuchillos en el vientre, nueve años transcurrieron derramando mi sangre en sabanas blancas con mi aroma de niña, pero sus espigas seguían enterrándose día con día; espigas malditas, espigas sangrientas, espigas mortales, lastimando mi cuerpo, mi alma y mi mente, dejaron la sangre derramada en mi vientre.
Mi cuarto no era mi cuarto, mi cuarto era la muerte, mi cuarto donde mi padre me mataba lentamente. Hoy será el último día que esas espigas se entierren potentes; la decisión esta tomada, sin pensarlo lo he ya realizado. El cuchillo ya ha caído ensangrentado, esa sangre derramada por espigas, hoy salía por una herida. Esas manos que un verano ensangrentado se tomaron del columpio de aquel árbol enterrado, no se mecerán más porque las espigas la han matado.

Se mecía...


(Historia de una huida, segunda parte)
Suave se mecía aquel columpio en medio de la nada, suave brisa de un verano ensangrentado, sólo un árbol se encontraba en esa tierra que la había visto crecer, como aquella semilla que se logra desenvolver. Durante once años se escucharon risas y alegrías, nueve años más fueron de llanto y melancolía. La niña que se mecía en el columpio ya se había convertido en una mujer. Cuando ella cumplió once años por primera vez las espigas se clavaron en su cuerpo, marcándola con sangre, nueve años transcurrieron, y las espigas cada noche la mataban con un dolor inmenso. Su padre se regocijaba acariciándola; era su niña, su amante, su hija, la misma sangre derramada en sabanas blancas era la sangre que la molía; sangre sucia era lo que decía, sangre sucia como la sangre podrida.
La desesperación de esos gritos de dolor no salían de aquel cuarto de niña cuerpo de mujer, la desesperación la llevaría a una huida, mucho más rápida y certera, la misma sangre derramada antes volvía a caer en sabanas blancas, sangre antes derramada por espigas hoy salía por una herida en las manos; aquellas manos que un día de verano ensangrentado se mecieron en el columpio de aquel árbol enterrado.
(Fotografía: blog.artesvisuales.com/.../Columpios.jpg)

Gota a gota despacio se va la vida


Sus zapatillas están bien plantadas en el piso, se le nota una fuerza inimaginable en sus piernas; sus medias se rasgaron cuando caminaba sin cuidado alguno entre las calles empedradas de esa ciudad de tumbas, ella jamás lo hubiera imaginado, tres horas ya habían pasado y aún llevaba ese traje color nocturno, el cual desprende hedor a muerte; sus manos sin fuerza sostienen aquel pañuelo blanco, bordado con dos iniciales, las cuales se ven reflejadas en el espejo del baño, ese espejo que no mostraba más que la realidad; aquel rostro sin expresión alguna, sólo con aquellos ojos cristalizados y ese peinado hecho sin cuidado. Uno sollozo se logro perder en el espacio, para después soltar aquella gota de amargura.